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http://www.revistanamaste.com/la-eco-gastronomia-que-esta-cambiando-el-mundo/
Un pequeño caracol simboliza la (lenta) corriente que está empezando a convertirse en un sorprendente movimiento progresista de alcance internacional. Todo comenzó en el año 1986 en la ciudad italiana de Bra cuando 62 italianos amantes de la buena mesa decidieron decir “basta” a la comida rápida. Ante la amenaza que representaba la llegada de los McDonals y otros sucedáneos alimenticios para la salud y el estilo de vida sano y natural, decidieron organizarse. Para ello crearon Slow Food, una organización que permitiera mejorar la calidad de los alimentos y crear las condiciones para poder dedicar tiempo para disfrutarlos. En resumen, volver a disfrutar de la buena comida saboreada con deleite y sin prisas. Lo que no debían sospechar estos italianos amantes de la buena mesa es que defender la gastronomía les llevaría a convertirse en un movimiento de vanguardia en la defensa de los agricultores, de la diversidad y de la agricultura ecológica. A medida que investigaban en los ingredientes que se necesitan para obtener un buen alimento, se dieron cuenta que todas las piezas del proceso están unidas, y que tan importante es la figura del agricultor, como la del cocinero, como la de la semilla… Es un proceso indivisible en el que todos esos eslabones de la cadena debían tratarse con conciencia, respeto y amor.
Slow Food pretende ser una alternativa a la aceleración y la prisa que se han ido inmiscuyendo en todas las facetas de nuestra vida y uno de los terrenos que ha conquistado con más fuerza ha sido el de la alimentación. Uno de los matrimonios más dañinos para nuestro organismo y nuestra calidad de vida ha sido el que han formado la alimentación y las prisas. Todos somos testigos y víctimas de la consumación de ese matrimonio y de la dañina criatura que ha generado: el Fast Food (que no es otra cosa que una manera snob de decir: comida basura ingerida casi compulsivamente).
Esta idea que nacía como respuesta a la amenaza que supone la velocidad a la que estamos sometidos, y de la que ya casi todos somos esclavos se ha convertido en algo más. Cuando estos 62 italianos, encabezados por el periodista Carlo Petrini, ponían en marcha este movimiento tal vez no sospechaban que el reto de plantarle cara al Fast Food es un reto mucho mayor de lo que parece, porque cambiar esa tendencia supone cuestionar muchos de los valores que sostienen nuestro actual sistema económico y social, basado en el consumismo como única respuesta al vacío interior y al estrés. Defender la gastronomía les ha llevado a defender la biodiversidad, las tradiciones locales y la agricultura biológica, a atacar los productos transgénicos y la privatización de los dones que nos ofrece la naturaleza por parte de las multinacionales, y tantos otros peligros que se ciernen sobre los alimentos que nos llevamos a la boca.
Conexión entre el plato y el planeta
La trascendencia del alimento en la vida cotidiana es mucho mayor de lo que podemos imaginar. Lo que comemos ejerce también un profundo efecto en nuestro entorno: en el paisaje del medio rural, en la pervivencia de las tradiciones y en la biodiversidad de la Tierra. Por eso desde esta organización sostienen que un auténtico gastrónomo no puede ignorar la íntima conexión entre el plato y el planeta
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Otra de las conclusiones a las que han llegado después de años de trabajo es que los agricultores deben ser protegidos. En todo el mundo este colectivo sufre una misma dolencia: han perdido su autoestima. Deben tener una remuneración justa por el importante trabajo que realizan ya que su labor influye directamente en nuestra salud.
Slow Food considera que el disfrute de alimentos y vinos excelentes debe combinarse con los esfuerzos para salvaguardar los innumerables quesos, cereales, verduras, frutas o razas animales tradicionales que están desapareciendo por culpa de la uniformidad alimentaria y de los agronegocios.
Esto les ha llevado de la mesa al compromiso y al activismo político y social.
Con el tiempo, estos amantes de la gastronomía comprometidos con los problemas de nuestro tiempo han demostrado que su iniciativa es una manera sencilla de infundir alegría en nuestras vidas cotidianas. En este momento están realizando una labor de sensibilización y compromiso que va más allá de lo que en un principio pudieron sospechar.
Ahora Slow Food es una organización internacional con 80.000 asociados que está tejiendo una tupida red que une a los productores con los co-productores (actualmente conocidos como consumidores). Esta asociación apuesta por eliminar de nuestro vocabulario la palabra consumidor y abogan por convertir a esta figura -es decir, a todos nosotros- en co-productores. Y no les falta razón, porque un consumidor bien informado de cómo se han producido los productos que va a adquirir deja de ser un mero individuo que consume y pasa a convertirse en una parte activa en la cadena de producción. Es decir, un consumidor con criterio puede influir con sus decisiones a la hora de comprar en la manera en que se produce lo que compra.
Una de las actividades que organizan en Slow Food es la educación del gusto porque según explican despertando y entrenando nuestros sentidos, se redescubre el disfrute de comer y se comprende la importancia de saber de dónde viene la comida que comemos, quién la hace y cómo la hace.
Otro de los eventos más sonados es Terra Madre, un encuentro mundial anual en el que recientemente se han reunido 5.000 agricultores de todo el planeta, con 1.000 cocineros, entre ellos Ferrán Adrià, el cocinero español más internacional, y 250 universidades. El mundo de la ciencia estuvo encabezado por uno de los científicos más interesantes de nuestro tiempo, Fritjof Capra, autor del Tao de Física. Una de las conclusiones a las que han llegado es que el modelo de la agricultura industrial está agotado y la agricultura ecológica y sostenible es la alternativa.
La locura del Fast Life.
Nuestro siglo, que se inició y se ha desarrollado bajo el estandarte de la civilización industrial, inventó primero la máquina y después la convirtió en su modelo de vida. Estamos esclavizados por la velocidad y todos sucumbimos a un mismo virus maligno: Fast Life, la vida rápida, que trastorna nuestros hábitos, viola la privacidad de nuestros domicilios y nos fuerza a comer Fast Foods, comidas rápidas.
Para ser digno de su nombre, el Homo Sapiens debe liberarse de la velocidad antes de que ésta le degrade a la categoría de especie en peligro de extinción. Una defensa firme del placer material reposado es el único camino para combatir la locura de la Fast Life. Existe la posibilidad de que unas dosis adecuadas de genuino placer sensorial y de disfrute lento y prolongado nos protejan del contagio de esas multitudes que confunden el delirio con la eficiencia.
Filosofía Slow Food.
Creemos que cada uno de nosotros tiene el derecho fundamental al deleite y, como consecuencia, la responsabilidad de proteger la herencia de los alimentos, la tradición y la cultura que hacen que ese placer pueda existir. Nuestro movimiento está basado en el concepto de eco-gastronomía, el reconocimiento de las fuertes conexiones entre el plato y el planeta.
El Slow Food significa comida buena, limpia y justa. Creemos que los alimentos que comemos deben tener un buen sabor; que deben ser producidos de una forma limpia, que no dañe al medio ambiente, al bienestar de los animales o a nuestra salud; y que los productores de alimentos deben recibir una compensación justa por su trabajo.
Nos consideramos co-productores, no consumidores, porque informándonos de cómo se producen nuestros alimentos y apoyando activamente los que los producen, llegamos a formar parte y a ser un colaborador del proceso de producción.
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